
Historia
En los primeros tiempos de la Iglesia, cuando los nombres resonaban entre las multitudes —Pedro, Juan, Santiago—, hubo también discípulos que caminaron junto a Cristo sin grandes palabras ni protagonismos. Uno de ellos fue Matías. Según nos transmiten los Hechos de los Apóstoles (Hechos 1,21-22), Matías fue discípulo de Jesús desde el Bautismo en el Jordán hasta la Ascensión al Cielo. Estuvo presente en los momentos clave del ministerio del Señor, aunque el Evangelio no lo mencione explícitamente. Lo que lo distinguió fue su fidelidad silenciosa: un amor escondido, perseverante, maduro.
Tras la traición y la muerte de Judas Iscariote, Pedro, guiado por el Espíritu Santo, convocó a los hermanos para elegir a un nuevo apóstol que restaurara la plenitud del Colegio Apostólico. El requisito era claro: “Debe ser uno de los que nos acompañaron todo el tiempo que el Señor Jesús convivió con nosotros” (Hechos 1,21). Se propusieron dos nombres: José Barsabás y Matías. Los Apóstoles oraron: “Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, muéstranos a cuál de estos has escogido”. Luego echaron suertes, y la elección recayó sobre Matías.
No fue un acto político ni una decisión humana. Fue el fruto de la oración, del discernimiento y de la apertura total a la voluntad de Dios. En ese momento, Matías —sin haber aspirado al puesto, sin haber competido, sin haber hecho campaña— fue elevado a uno de los ministerios más altos de la Iglesia: ser Apóstol del Señor Resucitado. En ese llamado, el Señor nos muestra que Él no elige a los más visibles, sino a los más fieles. “El que es fiel en lo poco, también lo será en lo mucho” (cf. Lucas 16,10). En Matías, vemos encarnada esta fidelidad humilde.
Después de su elección, San Matías predicó el Evangelio con valentía. Algunas tradiciones —como recoge el Martirologio Romano— dicen que evangelizó en Judea, Capadocia, Etiopía o incluso la región del mar Caspio. Según la mayoría de las fuentes, murió mártir, siendo lapidado y luego decapitado por proclamar a Cristo como Hijo de Dios. Sus reliquias fueron trasladadas siglos después a la Abadía de San Matías en Tréveris (Alemania), donde aún se veneran. Su fiesta, celebrada el 14 de mayo, recuerda a un hombre que vivió en el anonimato, pero fue contado entre los pilares de la Iglesia.
Lecciones
1. La santidad no requiere ser visto, sino ser fiel:
Su vida nos enseña que la fidelidad diaria, aunque no brille ante el mundo, resplandece ante los ojos de Dios. Dios los ve, y los llamará a misiones grandes en su tiempo.
2. Dios elige a quien persevera:
Dios busca corazones constantes, humildes, no los más ruidosos. Como sacerdotes y laicos, debemos cultivar esa disposición interior de servir donde y cuando Él quiera, sin exigir, sin imponer.
3. El discernimiento y la oración son camino seguro:
La elección de Matías nos recuerda la importancia del discernimiento y la oración. La Iglesia no debe guiare por criterios mundanos, sino por el Espíritu Santo.
4. El martirio comienza con la entrega cotidiana:
El verdadero martirio comienza con el ofrecimiento cotidiano: decir sí cada día, permanecer con Jesús, vivir el Evangelio en todo lo que hacemos. Ese testimonio vale más que mil palabras.
“Dios no elige a los más populares, sino a los más perseverantes; como San Matías, sé fiel cuando nadie te vea, y Cristo te llamará cuando llegue tu hora.”