San Pedro de Arbués: El inquisidor que murió por Cristo

Historia

San Pedro de Arbués nació en Épila, Reino de Aragón, en 1441, en una familia profundamente cristiana. Desde pequeño destacó por su inteligencia y virtud, y sus padres lo formaron en la fe y en el amor a Dios. Al crecer, fue enviado a estudiar a la prestigiosa Universidad de Bolonia, donde se convirtió en un ejemplo de estudiante: brillante en las ciencias, pero sobre todo humilde, generoso y fervoroso en su vida espiritual.

En 1474, se doctoró en teología y filosofía. Al regresar a España, fue nombrado canónigo de la catedral de Zaragoza. Dos años después profesó como canónigo regular y empezó a destacarse no solo por su ciencia, sino también por su vida de humildad, caridad y entrega al prójimo. El pueblo lo conocía como un sacerdote cercano y misericordioso, siempre disponible para ayudar.

En esos tiempos, la unidad de la fe en España estaba amenazada por los falsos conversos y herejías que minaban la vida de la Iglesia y de la nación. Los Reyes Católicos, con el consejo de la Iglesia, establecieron la Inquisición como un tribunal de fe para proteger la verdad y la unidad. A pesar de su natural humildad, Pedro aceptó ser inquisidor en Aragón. No buscaba honores ni poder, sino cumplir la voluntad de Dios.

Su ministerio no estuvo libre de peligros. Los falsos conversos, temiendo ser descubiertos en su hipocresía, lo odiaban. Pedro sabía que su vida corría riesgo, pero lo aceptaba con paz. Decía: “Si muero a manos de mis enemigos, moriré por la fe”.

En la noche del 14 al 15 de septiembre de 1485, mientras rezaba en la catedral de Zaragoza antes de maitines, fue atacado por asesinos que lo esperaban escondidos. Cayó herido de muerte al pie del altar, exclamando: “Muero por Jesucristo, alabado sea su santo Nombre”. Sobrevivió dos días, durante los cuales pidió misericordia para sus asesinos. Murió ofreciendo su vida como mártir de la fe.

El pueblo de Zaragoza lo veneró desde el inicio como santo. Su tumba se convirtió en lugar de peregrinación, y los milagros confirmaron su santidad. Fue beatificado en 1664 y canonizado en 1867 por el papa Pío IX. Hoy sus restos reposan en la catedral de Zaragoza, como testimonio de un sacerdote que prefirió morir antes que traicionar a Cristo y a su Iglesia.

Lecciones

1. La fidelidad hasta el martirio: San Pedro de Arbués nos enseña que la fe vale más que la vida misma. Ser cristiano auténtico significa estar dispuesto a darlo todo por Cristo.

2. Humildad en el servicio: Aunque era brillante, nunca buscó honores. Vivió con sencillez, recordándonos que la verdadera grandeza está en servir a Dios y al prójimo.

3. Confianza en la Providencia: Sabía que lo querían asesinar, pero no se llenó de miedo. Puso su confianza en Dios y aceptó la cruz que se le presentaba.

4. Perdón a los enemigos: Sus últimas palabras fueron de misericordia, intercediendo por quienes lo habían atacado. Es un ejemplo de cómo un sacerdote y un laico deben responder al odio: con caridad y oración.

“San Pedro de Arbués nos recuerda que el camino al Cielo se abre con fidelidad, humildad y perdón hasta el extremo.”

Fuentes: FSSPX, VidasSantas, Wikipedia

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