
Historia
San Pedro Pascual nació en Valencia en 1227, como fruto de la oración y la promesa de San Pedro Nolasco. Sus padres, nobles y piadosos, lo educaron en el amor a Dios y a la Virgen María. Desde niño mostró una inclinación extraordinaria por la oración y la caridad. Incluso jugaba a ser mártir con sus amigos musulmanes, presagiando así el destino glorioso que lo esperaba. Desde la infancia, Dios marcó su alma con el deseo de entregar la vida por la fe.
Con el tiempo, se convirtió en canónigo de la catedral de Valencia y, más tarde, en brillante estudiante en la Universidad de París, donde obtuvo el grado de doctor en teología. A pesar de su talento, su corazón anhelaba la humildad y la pobreza evangélica. Regresó a España, repartió sus bienes entre los cautivos, los presos y los huérfanos, y abrazó la vida religiosa en la Orden de la Merced, fundada para redimir a los cristianos esclavizados por los musulmanes.
Como mercedario, se destacó por su amor a la Eucaristía, su oración incesante y su caridad heroica. Fue maestro de príncipes, entre ellos el infante Don Sancho de Aragón, que más tarde sería obispo de Toledo. Su celo apostólico lo llevó a dedicarse no solo a la enseñanza, sino también a la liberación de los cautivos, arriesgando su vida por los que sufrían en manos de los moros. En una ocasión, Dios obró un milagro a través de él, haciendo brotar agua de un pozo seco para calmar la sed de los cautivos recién liberados.
Su sabiduría teológica, unida a su ardiente amor por las almas, lo llevó a ser nombrado obispo de Jaén. En su diócesis, mostró un corazón verdaderamente pastoral: visitaba a pie a su pueblo, confesaba, consolaba y enseñaba con celo incansable. No se contentaba con gobernar, sino que servía como un padre entre sus hijos espirituales, recordando que el verdadero pastor “da la vida por sus ovejas” (Jn 10,11).
En uno de sus viajes pastorales fue capturado por los moros y llevado prisionero a Granada. Allí, en el cautiverio, continuó su misión como apóstol y maestro, enseñando la fe a los niños cristianos esclavos y escribiendo numerosas obras teológicas sin tener a mano ningún libro, solo la luz del Espíritu Santo. Entre ellas figuran tratados sobre los Diez Mandamientos, el Padrenuestro, y refutaciones del islam y del judaísmo.
Cuando los fieles de Jaén reunieron el dinero para rescatarlo, San Pedro Pascual prefirió usarlo para liberar a cien niños esclavos, diciendo que ellos lo necesitaban más que él. Fue entonces cuando se le apareció el Niño Jesús en forma visible, quien le dijo: “Con los niños que has redimido, me has hecho prisionero de tu amor”. Este celestial consuelo preparó su alma para el martirio.
Finalmente, en el año 1300, los moros lo decapitaron mientras aún estaba revestido para celebrar la Santa Misa. Su última mirada fue al altar del sacrificio, su última palabra al Cordero inmolado. Su cuerpo, símbolo de pureza y fidelidad, fue venerado como reliquia de santidad. En 1670, el Papa Clemente X aprobó su culto como santo y mártir de la fe.
Lecciones
1. El amor verdadero no busca su propio bien, sino la salvación del prójimo.
San Pedro renunció a su libertad para liberar a otros, enseñándonos que el amor cristiano es sacrificio y oblación.
2. La cruz aceptada con fe se convierte en fuente de alegría.
En el cautiverio, San Pedro encontró consuelo en la Eucaristía y en el servicio a los más pequeños, viendo en ellos el rostro de Cristo.
3. El conocimiento sin oración no produce santos.
Aunque fue un gran teólogo, su sabiduría brotaba de la contemplación, del silencio y del amor a Dios.
4. El martirio es el culmen de la caridad.
Su muerte no fue derrota, sino victoria de la fe, prueba de que el pastor fiel da su vida por las ovejas confiadas a su cuidado.
“San Eduardo nos enseña que quien vive con pureza y justicia puede transformar un reino entero con la luz del Evangelio.”