
Historia
La Iglesia celebra el 28 de octubre la fiesta conjunta de San Simón y San Judas, dos de los Doce Apóstoles de Cristo. No es casual que estén unidos en la liturgia, pues trabajaron juntos en la evangelización y juntos derramaron su sangre por el Evangelio, sellando con su martirio la amistad que los unió en la tierra. Ambos fueron testigos fieles del amor de Cristo hasta el final, y su ejemplo sigue encendiendo el celo y la esperanza en los corazones de los creyentes.
De San Simón, llamado Cananeo o el Zelote, sabemos poco, pero su sobrenombre nos revela mucho: significa “el celoso”, aquel que arde en el fervor por la causa de Dios. Su celo no era fanático ni político, sino el fuego santo del amor divino que lo consumía por la salvación de las almas. Dejó todo por seguir a Cristo y convertirse en pescador de hombres, llevando la luz del Evangelio hasta tierras lejanas.
San Judas Tadeo, por su parte, fue primo del Señor y hermano de Santiago el Menor, hijo de Cleofás y pariente de la Virgen María. En el Evangelio es llamado “Judas, no el Iscariote”, y la tradición le añade el nombre de Tadeo, que significa “valiente y magnánimo”. Fue agricultor antes de seguir a Jesús, un hombre sencillo y trabajador que aprendió del Maestro a vivir la humildad y la fidelidad. En la Última Cena se le atribuye una de las preguntas más profundas del Evangelio: “Señor, ¿por qué te manifiestas a nosotros y no al mundo?” (Jn 14,22). Esa pregunta brota del alma que desea que Cristo sea conocido y amado por todos.
Ambos apóstoles emprendieron su misión después de Pentecostés. Según la tradición, Simón predicó primero en Egipto y Cirene, y luego se unió a Judas Tadeo en Mesopotamia y Persia, donde juntos convirtieron multitudes con la fuerza del Espíritu Santo. Los demonios enmudecían ante su presencia, y los milagros confirmaban su predicación: curaciones, conversiones y signos portentosos manifestaban el poder del Dios vivo.
En Persia, los sacerdotes paganos los acusaron ante el pueblo y provocaron su martirio. San Simón fue aserrado por la mitad, y San Judas, crucificado y golpeado hasta la muerte. Murieron juntos, proclamando que solo Jesucristo es el verdadero Dios. Sus cuerpos fueron trasladados a Babilonia y luego a Roma, donde hoy se veneran en la Basílica de San Pedro. Desde entonces, el pueblo cristiano los invoca como poderosos intercesores, especialmente a San Judas Tadeo, conocido como el patrono de los casos imposibles y desesperados.
San Simón y San Judas representan dos virtudes esenciales para todo apóstol de Cristo: el celo ardiente por la gloria de Dios y la esperanza inquebrantable en la misericordia divina. Ellos nos enseñan que la misión del cristiano no es buscar su propia gloria, sino entregar su vida —hasta el martirio si es necesario— por la salvación de las almas
Lecciones
1. El celo verdadero nace del amor a Dios.
No es enojo ni fanatismo, sino fuego interior que impulsa a trabajar por la salvación de las almas.
2. La fe se manifiesta en la obediencia.
Ambos apóstoles siguieron a Cristo sin reservas, confiando más en su gracia que en sus propias fuerzas.
3. El sufrimiento por Cristo es fuente de gloria.
Su martirio fue la coronación de una vida de entrega, demostrando que el dolor unido a Jesús se transforma en victoria eterna.
4. En los casos imposibles, confía en Dios.
San Judas Tadeo nos recuerda que nada está perdido para quien reza con fe y perseverancia.
“San Simón y San Judas nos enseñan que el celo por Dios y la confianza en su poder pueden transformar lo imposible en camino de salvación.”
