
Historia
San Wenceslao nació hacia el año 907 en Bohemia, en medio de un país dividido entre la fe cristiana y el paganismo. Era nieto de San Boribog, primer duque cristiano de Bohemia, y de Santa Ludmila, su abuela santa y maestra en la fe. Desde niño fue educado en el amor a Dios, aprendiendo latín, la Escritura y también el arte de la guerra, pero siempre con un corazón piadoso.
Su padre murió joven, y durante su minoría de edad gobernó su madre, Dragomira, mujer ambiciosa y hostil a la fe. Ella persiguió a los cristianos y mandó asesinar a Ludmila, abuela del santo, que tanto había cuidado su formación. Wenceslao sufrió desde joven la prueba de ver a su propia madre aliada del paganismo y enemiga de la Iglesia.
Cuando alcanzó la mayoría de edad, asumió el gobierno de Bohemia con firmeza. Desterró a los idólatras que corrompían la corte, devolvió la paz al país y favoreció la evangelización. Llamó a sacerdotes y obispos expulsados, reconstruyó iglesias y gobernó con justicia, siendo modelo de príncipe cristiano.
La santidad de Wenceslao se reflejaba en su vida de penitencia: vestía cilicio, comía poco y pasaba largas horas en oración nocturna. Su amor a la Sagrada Eucaristía era ardiente: cada día mandaba celebrar la Santa Misa y preparaba con sus propias manos el pan y el vino para el altar. Este detalle muestra la hondura de su fe y el centro de su vida: Cristo en la Eucaristía.
Fue también un príncipe justo y compasivo: moderaba las penas, lloraba al condenar a los culpables, rescataba esclavos para que pudieran recibir el bautismo, y él mismo cargaba leña por la noche para llevarla en secreto a los pobres. Era un gobernante fuerte en el combate, pero humilde y caritativo con su pueblo, como verdadero padre de familia.
Sin embargo, su celo cristiano le ganó enemigos, incluso dentro de su propia casa. Su hermano Boleslao, incitado por nobles paganos y ambicioso de poder, conspiró contra él. Lo invitó a celebrar la fiesta de San Cosme y San Damián en su castillo, y allí, el 28 de septiembre del 929, lo sorprendió y asesinó junto a la iglesia. Wenceslao murió perdonando, sin defenderse, con la paz del mártir.
Su sangre fecundó la fe en Bohemia: pronto fue venerado como santo y protector de su patria. Su cuerpo, hallado incorrupto, fue trasladado a la catedral de San Vito en Praga. Milagros y curaciones acompañaron su intercesión, y fue canonizado pocos años después. San Wenceslao se convirtió en padre, salvador y patrono del pueblo checo, modelo de príncipe cristiano y mártir de Cristo.
Hoy lo recordamos como un hombre que, en medio de luchas políticas y traiciones familiares, se mantuvo fiel a Cristo hasta el final, amando la Eucaristía y la cruz más que el poder y la vida misma.
Lecciones
1. La fe se transmite en la familia: La abuela Ludmila formó en la fe al pequeño Wenceslao. También nosotros debemos ser catequistas en casa, enseñando a nuestros hijos y nietos a amar a Dios.
2. La Eucaristía es el centro de la vida cristiana: San Wenceslao nos muestra que un gobernante santo no se sostiene por el poder, sino por la gracia que brota del altar.
3. La caridad es fuerza del cristiano: Servía él mismo a los pobres, rescataba esclavos, moderaba penas. Así debe vivir todo católico: con justicia firme y corazón compasivo.
4. El martirio es la victoria del amor: Prefirió morir antes que traicionar a Cristo o vengarse de su hermano. La sangre de los mártires es siempre semilla de fe.
“San Wenceslao de Bohemia: príncipe de la Eucaristía y mártir del perdón, nos enseña que la verdadera realeza es servir a Cristo con humildad y entregar la vida por la fe.”