
Historia
En el corazón del Antiguo Israel, Dios preparaba en silencio dos almas escogidas: Santa Ana y San Joaquín.
Según una venerable tradición, Ana habría nacido en Belén y descendía, por línea materna, del linaje sacerdotal de Aarón; Joaquín, originario de Galilea, pertenecía a la casa real de David. Esta unión no fue fruto del azar, sino del designio divino: Dios los eligió para preparar, en la discreción de la vida familiar, a la criatura más santa que jamás existiría: la Santísima Virgen María.
Ambos vivieron con justicia, castidad y generosidad, dedicados a la oración, a la limosna y a la fiel observancia de la Ley. Sin embargo, su vida matrimonial estuvo marcada por una dolorosa prueba: la esterilidad, considerada por el pueblo hebreo como signo de desagrado divino. Pero ellos no murmuraron contra Dios. Soportaron su cruz con paciencia y abandono a la voluntad divina, y su fidelidad fue purificada como el oro en el crisol.
Una antigua tradición relata que, durante la fiesta de los Tabernáculos, Joaquín fue rechazado por los sacerdotes del Templo con estas palabras: “¿Cómo puede aceptar el Señor la ofrenda de quien no ha recibido Su bendición?”. Humillado, se retiró al desierto para hacer penitencia y orar. Mientras tanto, Ana, en su hogar, derramaba su alma ante Dios con lágrimas sinceras.
Fue entonces cuando, según la misma tradición, un ángel se apareció a Santa Ana y le anunció: “El Señor ha escuchado tu oración: concebirás una hija, y la llamarás María”. Este anuncio se cumplió en un misterio único en la historia de la humanidad: la Inmaculada Concepción de la Virgen Santísima, preservada por singular privilegio de toda mancha de pecado original, en vista de los méritos de Jesucristo, su Hijo.
Aunque no comprendían aún la magnitud del misterio, Ana y Joaquín supieron que Dios había obrado en su hogar algo profundamente santo. Formaron a María con ternura y firmeza, y, fieles a su promesa, la presentaron en el Templo cuando tuvo edad suficiente, para consagrarla completamente al servicio del Señor. María vivió allí en retiro y oración, instruida en la Ley y en las Escrituras, preparándose sin saberlo para ser la Madre del Redentor.
La tradición señala que Santa Ana, desde una casa cercana al Templo, visitaba a su hija con frecuencia y seguía acompañando, con amor de madre y espíritu de fe, la formación de su alma. Se dedicó al silencio, la oración y la contemplación, sin buscar reconocimiento ni grandeza en este mundo.
Su vida fue humilde, escondida a los ojos del mundo, pero gloriosa a los ojos de Dios. Fueron la raíz oculta de la Redención, preparando la tierra purísima en la que germinaría el Verbo Encarnado.
El culto a Santa Ana y San Joaquín es uno de los más antiguos en la Iglesia. Ya en el siglo VI se veneraban sus reliquias. Diversos milagros, como el hallazgo de su tumba en Apt (Provenza), vinculado a una curación milagrosa, aumentaron su devoción en Oriente y Occidente. Santa Ana y San Joaquín son honrados como patronos del hogar cristiano, de los abuelos, de Los esposos fieles y de los educadores católicos.
En una época marcada por el ruido, el exhibicionismo y el relativismo, Santa Ana y San Joaquín nos enseñan la fuerza de la vida oculta, del sacrificio silencioso, de la santidad en lo cotidiano. Esta matrimonio santo ofrece el ejemplo más puro: vivir para Dios, formar almas para Él y aceptar los tiempos de Dios con fe.
Lecciones
1. El sufrimiento vivido con fe es fecundo.:
Soportaron la humillación de la esterilidad sin rebelión, y Dios los premió con la Virgen María. El sufrimiento unido a la oración no es castigo, sino camino de purificación y gracia.
2. Formar almas para Dios es la obra más alta de la caridad.:
Educar, amar y preparar a María para su misión fue la participación concreta de Ana y Joaquín en la Redención. Todo padre, educador o guía espiritual está llamado a lo mismo.
3. La oración perseverante mueve el Corazón de Dios:
Ambos clamaron con lágrimas y confianza, y Dios respondió con una gracia insospechada: la Inmaculada Concepción. El alma que persevera en la súplica nunca es ignorada por el cielo.
“Santa Ana y San Joaquín nos enseñan que, cuando se vive con fe, paciencia y oración, el dolor se convierte en fuente de gracia.”