Santa Clara de Asís: La luz humilde que venció al mundo con la pobreza y la Eucaristía

Historia

En una colina del valle de Spoleto, en la ciudad de Asís —tierra que vería nacer a dos grandes estrellas de santidad: Francisco y Clara—, el mundo del siglo XII se hundía en el lujo, las pasiones y la impiedad. Dios quiso responder enviando almas fuertes que ofrecieran el remedio de la pobreza, humildad y caridad seráficas. Así, en 1194, nacería Clara, hija de Hortolana Fiumi y del conde Favorino de Offreduccio.

Su madre, en oración durante el embarazo, escuchó una voz celestial: “De ti nacerá una brillantísima luz que disipará muchas tinieblas”. Por eso la niña recibió el nombre de Clara. Desde pequeña, mostró un espíritu alegre y dulce, y bajo las sedas de su clase social escondía el áspero silicio, ofreciendo penitencia al Señor. Amaba la oración, ayudaba a los pobres y despreciaba la vanidad del mundo.

A los 16 años, escuchó la predicación de San Francisco de Asís y sintió que Dios la llamaba a una entrega total. Francisco reconoció en ella un alma afín y la guió hacia el radical seguimiento de Cristo. En la noche del Domingo de Ramos de 1212, Clara dejó su casa vestida con sus mejores galas para la catedral, y de noche partió a la Porciúncula, donde Francisco le cortó sus cabellos y le vistió el hábito franciscano. Así nació la Orden de las Damas Pobres, luego llamadas Clarisas.

La oposición familiar fue fuerte: intentaron arrancarla del monasterio con amenazas, halagos y hasta la fuerza. Pero Clara mostró su cabeza rapada como signo de irrevocable decisión. Poco después, su hermana Inés se unió a ella; Dios hizo pesado su cuerpo para impedir que la sacaran por la fuerza. San Francisco les cedió la ermita de San Damián, que se convirtió en el hogar de la nueva comunidad.

Nombrada abadesa, Clara gobernó con prudencia, oración y ejemplo, siendo la primera en las tareas humildes. Practicaba severas penitencias, dormía sobre el suelo, ayunaba con pan y agua, y confeccionaba corporales para iglesias pobres. Amaba la santa pobreza de manera radical, rechazando rentas y viviendo al día. Dios premió esta fe multiplicando el pan y el aceite cuando escaseaban.

Su amor a la Eucaristía era ardiente. El episodio más célebre fue cuando, enferma, tomó la custodia y salió a enfrentar a las tropas sarracenas que iban a asaltar el convento; al verla, cegados por la luz de la Hostia, huyeron despavoridos, salvando así a la ciudad y al monasterio.

También vivía un profundo amor a Cristo Crucificado. En un Jueves Santo, meditando la agonía en Getsemaní, entró en éxtasis por dos días. Soportó 28 años de enfermedad con paciencia y alegría, alimentándose en sus últimos días sólo de la Sagrada Comunión. El Papa Inocencio IV la visitó y le concedió indulgencia plenaria. Antes de morir, bendijo a sus hijas y recomendó la humildad y la pobreza.

El 11 de agosto de 1253, tuvo la visión de la Virgen María que la invitaba a las bodas eternas. Murió con el rostro sereno, y dos años después fue canonizada por Alejandro IV. Su cuerpo reposa en la basílica que lleva su nombre en Asís. Su vida fue y sigue siendo un faro de luz para todos los que desean ser santos.

Lecciones

1. La santidad exige decisión firme y radical:

Clara no se dejó doblegar ni por su familia ni por el mundo.

2. El amor a la Eucaristía vence las tinieblas:

Su fe salvó físicamente a su comunidad.

3. La humildad verdadera se demuestra sirviendo primero:

Como abadesa, hacía las tareas más sencillas.

4. La cruz es escuela de amor:

Sus enfermedades y penitencias fueron ofrecidas con alegría por Cristo.

“Santa Clara nos recuerda que quien se abandona a Cristo en la pobreza, la humildad y la Eucaristía, se convierte en una luz que ninguna tiniebla puede apagar.”

Fuentes: FSSPX, VidasSantas, Wikipedia

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