
Historia
Julia Francisca Catalina Postel nació el 28 de noviembre de 1756 en Barfleur, Normandía, en una familia de profunda fe cristiana. Débil al nacer, recibió el bautismo inmediatamente, pero la gracia bautismal sería su fuerza para toda la vida. Desde niña mostró un amor desbordante por la Eucaristía y la oración, y ya a los cinco años impactaba por sus respuestas en catequesis. Su alma deseaba más que saber: quería vivir lo que aprendía. Dormía sobre una tabla, ayunaba, rezaba el Rosario con su padre y visitaba diariamente a Jesús Sacramentado.
A los 18 años, sintiendo el llamado de Dios, fundó una escuela gratuita para niñas y huérfanas, inspirada por San Juan Bautista de La Salle. Enseñaba catecismo, escritura y labores, pero también visitaba enfermos, mendigaba para los pobres y dormía con un crucifijo en la mano. Su comida era austera: solo sopa, pan duro y agua. Lo hacía todo por amor a Jesús y por los más pobres, viviendo una santidad silenciosa y valiente.
Durante la Revolución, arriesgó su vida ocultando vasos sagrados, sacerdotes y el Santísimo Sacramento. Bajo una escalera de granito, transformó un cuartito en una capilla dedicada a María, Madre de Misericordia. Allí custodió a Jesús día y noche, leyó a los Padres de la Iglesia y distribuyó la comunión a escondidas. Incluso fue autorizada para llevar la Eucaristía a los moribundos, un privilegio extraordinario para una laica. Su casa fue un faro de fe en medio de la oscuridad.
En 1807, ya con 49 años, guiada por una profecía de una niña moribunda, fundó la Congregación de las Hijas de la Misericordia, para la educación cristiana de niñas pobres y el cuidado de los enfermos. Empezó con dos compañeras en una pobreza total, confiando solo en la Providencia. Pronto llegaron más vocaciones, pero también muchas pruebas: muerte, persecución, hambre, incomprensión y hasta el consejo de abandonar la obra. Pero su fe era inquebrantable: “Confianza en Dios” grabó en la piedra angular de su iglesia reconstruida.
Desde los 62 años organizó escuelas, pensionados, talleres y oratorios. A los 76 años compró y restauró la antigua abadía de Saint-Sauveur-le-Vicomte, símbolo del renacer espiritual de Francia. A los 82 profesó con sus hijas según las nuevas reglas. Ella rezaba el Oficio Divino, dormía en tablas, ayunaba y usaba un cilicio de púas, siendo superiora de una obra creciente. Con ternura, levantaba las piedras de su abadía con las manos… y con lágrimas. Su vida era oración encarnada en acción.
En su vejez continuó trabajando, enseñando y adorando al Santísimo. En 1846, sintiendo cercana su muerte, anunció: “La próxima fiesta de la Virgen será mi día postrero”. Y así fue: el 16 de julio, fiesta de la Virgen del Carmen, murió en paz, con más de 90 años, tras recibir la comunión. Su última frase fue: “Dios mío, en tus manos encomiendo mi alma”.
Fue beatificada por el Papa Pío X en 1908 y canonizada por Pío XI en 1925; hoy su festividad se celebra el 16 de julio, fecha de su pascua al cielo. Es patrona de jóvenes, enfermos y ancianos, y ejemplo de educadora, madre espiritual y mujer de fe valiente.
Lecciones
1. La Eucaristía debe ser el centro de toda vocación:
Fue su fuerza en la persecución y su fuego hasta la muerte.
2. La fe se prueba en la adversidad:
Cuando lo humano falló, ella confió aún más en Dios.
3. La Providencia nunca abandona al que se entrega:
Su vida es testimonio de que el cielo se abre para los que dan todo sin reserva.
4. Ser santo es vivir la caridad radical:
Visitaba a los enfermos, alimentaba a los pobres, mendigaba para los necesitados.
“Santa María Magdalena Postel nos enseña que la santidad es una vida eucarística vivida con valentía en medio del sufrimiento. Donde muchos abandonan, ella permaneció. Donde todo faltaba, ella confió.”