
Historia
Santa Marta de Betania, hermana de María Magdalena y de Lázaro, es recordada en el Evangelio como la mujer que abrió las puertas de su hogar y de su vida al Salvador. Su nombre significa “señora”, y fue reconocida desde los primeros siglos como virgen, hospitalaria y modelo de servicio fiel. La casa de Betania, donde vivía con sus hermanos, se convirtió en refugio y descanso para Jesús en medio de su misión.
Marta y su familia formaban parte del pequeño círculo de amigos privilegiados del Maestro, a quienes confiaba su cansancio y sus alegrías. Allí encontró Jesús un hogar lleno de cariño y hospitalidad sincera. Mientras Marta se ocupaba con diligencia en servir, su hermana María se sentaba a los pies del Señor. Cuando Marta pidió que la ayudara, Jesús le respondió con ternura:
“Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; una sola es necesaria. María ha escogido la mejor parte” (Lc 10, 41-42). No fue un reproche, sino una invitación a unir la acción con la contemplación.
Cuando Lázaro enfermó y murió, Marta salió al encuentro de Jesús. Conmovida, le dijo:
“Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”.
Jesús le respondió: “Yo soy la resurrección y la vida… ¿crees esto?”. Y ella, iluminada por la gracia, proclamó una de las confesiones de fe más hermosas del Evangelio:
“Sí, Señor, creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Jn 11,27).
Esa declaración la convierte en modelo de fe para todo cristiano, y especialmente para quienes guían a otros en el camino hacia la santidad.
Marta acompañó al Señor en los días previos a su Pasión. Se encontraba junto a su hermana cuando María Magdalena derramó perfume sobre los pies de Cristo en Betania. Durante el Viernes Santo, Marta permaneció firme al pie de la cruz junto a la Virgen María, consolándola con su ternura y fortaleza.
La tradición cuenta que, tras la Ascensión del Señor y la Asunción de la Virgen, Marta, María Magdalena, Lázaro y otros discípulos fueron perseguidos y abandonados en el mar en un barco sin velas ni timón. Sin embargo, la providencia de Dios los condujo a salvo a las costas de Marsella. Allí comenzaron una intensa labor misionera, convirtiendo a muchos con su palabra y ejemplo.
En Tarascón, la fe de Marta se convirtió en signo visible del poder de Cristo. Se enfrentó a un monstruo llamado “la Tarasca”, que aterrorizaba la región. Armándose solo con la señal de la cruz y su fe, logró dominarlo y conducirlo ante el pueblo, que al ver el prodigio abrazó la fe cristiana. Desde entonces, se le venera como patrona de Tarascón, donde fundó una comunidad de vírgenes consagradas.
Marta vivió sus últimos años dedicada a la oración, la penitencia y el servicio a los pobres. Con austeridad y alegría, se entregó por entero a Cristo, uniendo la contemplación con la caridad activa. Antes de morir, vio en visión cómo el alma de su hermana María Magdalena era llevada al cielo por ángeles. Ella misma pidió morir mirando la cruz, expirando en un éxtasis de amor el 29 de julio, a los 65 años.
Su sepulcro en Tarascón pronto se convirtió en lugar de peregrinación y milagros. La Iglesia la honra como huésped del Salvador, mujer de fe, modelo de servicio y contemplación.
Lecciones
1. Hospitalidad del corazón:
Abrir la puerta del alma a Cristo es más importante que cualquier riqueza. Como Marta, seamos hogares vivos para el Señor en nuestras familias y comunidades.
2. Acción y contemplación unidas:
El servicio es santo, pero nunca debe apartarnos de la oración. Marta nos enseña que la verdadera santidad nace del equilibrio entre trabajar y escuchar a Dios.
3. Fe que proclama al Mesías:
Ante la tumba de su hermano, Marta confesó: “Tú eres el Cristo”. También nosotros estamos llamados a proclamar a Cristo incluso en medio del dolor y la prueba.
4. Valentía misionera y vida de penitencia:
Enfrentando dragones, Marta mostró que la cruz y la fe son armas poderosas. Su ejemplo nos recuerda que el amor a Cristo debe impulsarnos a la misión y a la entrega total.
“Santa Marta, mujer de fe ardiente, enséñanos a servir con amor y a contemplar con humildad a Cristo, para que también nosotros seamos santos.”