
Historia
Santa Reina nació en Alesia, hacia el año 236, en una familia noble. Su madre falleció al darle a luz, y su padre, Clemente, era un idólatra obstinado. Providencialmente, una nodriza cristiana la cuidó y la hizo bautizar. Cuando Clemente lo supo, lleno de furia, la expulsó de su casa. Desde entonces, Reina se refugió en la fe, bajo la guía de su nodriza, consagrando su vida a Cristo.
A pesar de su noble condición, Santa Reina eligió vivir en humildad y sencillez, dedicándose al pastoreo. Allí encontraba mayor paz y libertad para orar y conversar con Dios. Leyendo las actas de los mártires, encendía en su corazón el deseo de entregar su vida como testimonio de amor a Cristo.
En el año 251, el prefecto Olibrio pasó por la región y, al verla, quedó prendado de su belleza. Quiso tomarla por esposa y la mandó apresar. Pero Reina, llena de fortaleza, rezó a Cristo pidiendo antes perder la vida que perder la virginidad y la fe. Al ser interrogada confesó abiertamente: “Soy cristiana y adoro a la Santísima Trinidad”.
Olibrio intentó persuadirla con halagos, riquezas y honores, pero ella respondió con firmeza que prefería ser humilde sierva de Cristo antes que honrada en el mundo. Al ver frustrados sus intentos, ordenó su encarcelamiento. Incluso su propio padre, en complicidad con los perseguidores, la sometió a cadenas crueles y tormentos, pero la santa soportó todo con paciencia invencible.
Cuando Olibrio regresó, renovó las promesas y amenazas. Al no doblegarla, desató atroces torturas: fue flagelada, desgarrada con peines de hierro, quemada con antorchas y sumergida en agua hirviente. Sin embargo, la santa permanecía serena y cantaba himnos a Cristo. El Señor la consolaba con visiones celestiales: vio una gran cruz que llegaba al cielo y una paloma luminosa, símbolo del Espíritu Santo, que le anunciaba la corona eterna.
Su fortaleza era tan grande que los mismos espectadores paganos lloraban de compasión. Olibrio, incapaz de vencerla, dictó finalmente la sentencia de muerte. El 7 de septiembre del año 251, Santa Reina fue decapitada fuera de Alesia. Antes de morir, exhortó a los cristianos presentes a permanecer fieles a Jesucristo hasta el final y pidió oraciones para que Dios le perdonara sus pecados.
Los fieles recogieron su cuerpo y lo sepultaron con veneración. Muy pronto, numerosos milagros comenzaron a obrar en su tumba, y su memoria se extendió por toda Borgoña y más allá. Hoy, Santa Reina es venerada como modelo de virginidad, humildad y martirio glorioso.
Lecciones
1. Fidelidad absoluta a Cristo: prefirió la muerte antes que renegar de su fe o perder su pureza.
2. Humildad que engrandece: siendo noble, eligió ser pastora para vivir más cerca de Dios.
3. El martirio como victoria: sus tormentos no fueron derrota, sino triunfo eterno en Cristo.
4. La oración como fuerza del alma: en cada prueba se fortalecía elevando sus ojos a Dio
“Santa Reina de Alesia: virgen fuerte y humilde, mártir gloriosa, enséñanos a amar a Cristo y a permanecer fieles hasta la muerte.”