Santa Sinforosa y sus 7 hijos: Una familia que eligió el cielo antes que el mundo

Historia

Santa Sinforosa vivió en la antigua Roma, probablemente hacia el año 138 d.C., durante el reinado del emperador Adriano. Era una matrona romana de profunda fe, casada con San Getulio, un tribuno militar del ejército romano que, tras convertirse al cristianismo, abandonó su carrera y se retiró junto a su esposa y sus hijos a una propiedad cerca de Tívoli. Su conversión fue radical: pasó de portar la espada del imperio a abrazar la cruz de Cristo.

San Getulio compartió la fe con su hermano, San Amancio, quien también se convirtió. Ambos fueron arrestados y torturados por negarse a rendir culto a los dioses paganos. Finalmente fueron decapitados junto al río Tíber. Santa Sinforosa, llena de valentía y dignidad cristiana, recogió sus cuerpos y les dio sepultura. Fue el comienzo de una historia marcada por la fidelidad al Evangelio en medio de la persecución más cruel.

El matrimonio tuvo siete hijos: Crescente, Juliano, Nemesio, Primitivo, Justino, Estacteo y Eugenio. Santa Sinforosa convirtió su hogar en un verdadero santuario de fe y virtud, enseñándoles desde pequeños que la vida no tenía mayor sentido que amar a Dios por encima de todo, incluso por encima de la propia vida. En lugar de comodidad o prestigio social, les ofreció el tesoro de una fe viva y coherente.

Durante la persecución ordenada por el emperador Adriano, Sinforosa, sabiendo el peligro que se avecinaba, se refugió con sus hijos en una cisterna seca dentro de su propiedad. Permanecieron allí escondidos por siete meses. Ese tiempo no fue solo de espera, sino de formación espiritual. Sinforosa preparó a sus hijos con claridad: no les prometió seguridad, sino la gloria del cielo si eran fieles a Cristo.

Finalmente fueron descubiertos y arrestados. Llevada ante el juez, Santa Sinforosa declaró sin temor: “No queremos adorar a falsos dioses… seremos fuertes como mi marido”. Ante su negativa a apostatar, el juez ordenó su ejecución: no sería colgada como estaba previsto, sino que fue arrojada al río Teverone con una piedra atada al cuello.

Incluso en sus últimos momentos, Santa Sinforosa mantuvo el temple de una madre que no se deja vencer por el miedo, y su muerte se convirtió en una ofrenda para sostener la fidelidad de sus hijos. Fue un acto de amor heroico, donde la maternidad alcanzó su expresión más alta: ofrecer la vida por la fidelidad de los suyos.

Luego los siete hijos fueron llevados al tribunal. Uno por uno, fueron torturados con brutalidad: descoyuntados, atravesados con garfios, golpeados y finalmente ejecutados con espada y puñal. Ninguno renegó de Cristo. En medio del horror, alzaban sus voces bendiciendo a Dios, firmes en la fe que su madre les había sembrado.

La escena de estos siete jóvenes, fuertes en su juventud, muriendo con los ojos puestos en el cielo, es un testimonio estremecedor de que la gracia de Dios puede hacer heroica a una familia entera. No solo fueron mártires: fueron fruto maduro del testimonio de una madre santa.

Los cuerpos de los mártires fueron arrojados a una zanja conocida como “Biothanatos”, que significa “más que la muerte”, en un intento de borrar su memoria. Pero los cristianos, con veneración y gratitud, recuperaron sus restos aproximadamente un año y medio después y les dieron sepultura junto a la Vía Tiburtina, donde más tarde se levantó una iglesia en su honor.

Con el paso del tiempo, en el año 752, sus reliquias fueron trasladadas a la iglesia de Sant’Angelo in Pescheria, en Roma. Allí, su memoria fue conservada como la de testigos valientes de Cristo. Aunque no fueron canonizados formalmente —por tratarse de santos anteriores a los procesos modernos—, la Iglesia los reconoció como “santos pre-congregación”, y su ejemplo permanece inscrito en el corazón de la fe.

La memoria litúrgica de Santa Sinforosa y sus siete hijos se celebra el 18 de julio, fecha de su martirio. Su ejemplo sigue vivo en la Iglesia, no solo como mártires del pasado, sino como modelo de vocación familiar y laical vivida con radicalidad. En un tiempo donde la fidelidad se relativiza, su historia recuerda que la santidad familiar es posible y gloriosa.

Lecciones

1. La conversión transforma familias enteras:

La conversión de San Getulio fue tan profunda que transformó no solo su vida, sino la de su esposa, su hermano y toda su familia. Cuando la fe es auténtica renueva todo el entorno.

2. La familia es la primera escuela de santidad:

Santa Sinforosa no solo protegió a sus hijos: los formó para el cielo. Su casa fue un santuario donde la fe se vivía con coherencia. En tiempos de crisis o comodidad, el ejemplo de los padres es clave para que los hijos crezcan en fidelidad.

3. El martirio es fruto de una fe firme:

El heroísmo de Santa Sinforosa y sus hijos surgió de una vida entera vivida en gracia. Fueron fuertes en la prueba porque fueron constantes en la fe diaria. El martirio fue la flor, pero la raíz fue la oración, la enseñanza y el ejemplo vivido.

4. La fidelidad familiar deja huella en la Iglesia:

El intento del mundo de borrar la memoria de los mártires no tuvo éxito. El testimonio de una familia fiel conmovió a generaciones. Hoy la Iglesia los honra porque su sangre fue semilla de santidad.

“Santa Sinforosa dio a la Iglesia 7 santos mártires, sembrando en el corazón de cada uno una fe que ni la muerte pudieron apagar.”

Fuentes: CalendariodeSantos, Vida Santas, Santopedia, Wikipedia, ACI Prensa, EWTN, Asociaciondefatima

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