Santa Teresa de Jesús: Santa que enseñó que “Solo Dios Basta”

Historia

Santa Teresa de Jesús nació en Ávila, España, en 1515. Desde su niñez mostró un alma ardiente por alcanzar el cielo, deseando incluso morir mártir por Cristo. Junto a su hermano Rodrigo, soñaba con ir a tierra de moros para “que los descabezasen por amor de Dios”. Ya desde pequeña, el amor divino la impulsaba a buscar la santidad sin miedo al sacrificio.

Huérfana de madre a los 12 años, Teresa se entregó a la Virgen María con estas palabras: “Madre mía, desde hoy serás mi Madre.” Y lo fue de verdad. La Santísima Virgen la guió siempre, especialmente en los momentos de lucha interior.

De joven, Santa Teresa sufrió una gran batalla entre el amor a Dios y el amor al mundo. Se sintió atraída por las vanidades y las conversaciones frívolas, pero también por la oración y la verdad. Su corazón oscilaba entre dos fuegos. Más tarde diría con humildad: “De todas las gracias que el Señor me había dado, comencé a servirme para ofenderle.” Esta sinceridad la llevó a reconocer que la conversión es una lucha que se gana a los pies de Cristo.

A los 20 años, Teresa venció su temor y se hizo Carmelita en el convento de la Encarnación. Allí el Señor le concedió paz interior y el gozo de saberse elegida. Sin embargo, la cruz del sufrimiento no se apartó de su camino: padeció enfermedades, sequedades espirituales y tentaciones de desánimo. Durante casi veinte años, vivió la tibieza de un alma que quiere servir a Dios… pero también agradar al mundo.

Todo cambió cuando un día se postró ante un Cristo llagado y le dijo: “Señor, dame fuerza para no ofenderte más.” Desde entonces, su alma fue transformada por el fuego del amor divino. El Señor mismo le habló: “Ya no quiero que tengas conversación con hombres, sino con ángeles.” Fue el inicio de su unión mística y de una nueva etapa de santidad.

Cristo la desposó espiritualmente diciéndole: “Mira este clavo, es señal de que serás mi esposa desde hoy.” Teresa comprendió que la cruz es el sello del amor verdadero, y que solo quien acepta sufrir con Cristo puede unirse plenamente a Él.

Con la fuerza del Espíritu Santo, emprendió la Reforma del Carmelo, devolviendo a la Orden su espíritu de pobreza, silencio y contemplación. Fundó 32 conventos entre monjas y frailes, junto con San Juan de la Cruz. A través de persecuciones, enfermedades y calumnias, jamás dejó de repetir: “Nada te turbe, nada te espante; todo se pasa, Dios no se muda.”

Murió en Alba de Tormes, el 4 de octubre de 1582, diciendo: “Señor y esposo mío, llegó la hora que tanto deseaba.” Partió hacia el cielo con el corazón inflamado de amor divino. Su cuerpo y su corazón incorruptos se veneran hasta hoy, como testimonio de que quien abraza la cruz con amor, alcanza la gloria eterna.

Lecciones

1. La santidad empieza con el deseo del cielo. Desde niña, Santa Teresa mostró que el alma debe anhelar el paraíso más que cualquier bien terreno.

2. La conversión exige renunciar al mundo. Teresa entendió que no se puede servir a Dios y al mundo a la vez: hay que decidirse por el Amor Eterno.

3. La cruz purifica y une al alma con Dios. En cada sufrimiento, el Señor la preparaba para una unión más perfecta con Él.

4. El amor vence toda tibieza. Solo cuando amó a Cristo con todo su ser, Santa Teresa alcanzó la plenitud de su vocación y se transformó en llama viva del Amor de Dios.

“Santa Teresa de Jesús nos enseña que solo quien abraza la cruz con amor descubre el gozo de pertenecer enteramente a Cristo.”

Fuentes: FSSPX, VidasSantas, Wikipedia

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