
Historia
Santo Tomás de Villanueva nació en 1488 en Fuenllana, España, y desde niño estuvo rodeado de ejemplos de fe y caridad. Sus padres eran conocidos como los “santos limosneros”, porque compartían sus bienes con los necesitados. En aquel hogar sencillo y santo, Tomás aprendió que la verdadera riqueza consiste en dar. Ya de niño repartía su comida, su ropa y hasta los animales de la casa entre los pobres, pues decía: “No me sufrían las entrañas que se fueran con las manos vacías”.
De joven fue enviado a la Universidad de Alcalá y luego enseñó en Salamanca, donde brilló por su inteligencia. Sin embargo, en lo profundo de su corazón resonaban las palabras del Evangelio: “Quien no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo” (Lc 14,33). Fue así como ingresó a la Orden de San Agustín, profesando en 1517. Allí cultivó una vida de oración, penitencia y estudio, que conmovía a todos los que lo conocían.
Ordenado sacerdote, celebró su primera Misa en Navidad, quedando arrebatado en éxtasis por la grandeza del Misterio de la Encarnación. Su predicación encendía los corazones: en Salamanca lo llamaban el “San Pablo de Castilla”, pues movía a la conversión a multitudes enteras. El mismo emperador Carlos V se admiró de su palabra y lo nombró predicador real.
A pesar de sus deseos de vida escondida, la Providencia lo puso en puestos de gran responsabilidad. Fue prior, provincial de Castilla y Andalucía, y finalmente nombrado Arzobispo de Valencia en 1544. Entró en su diócesis vestido con el pobre hábito de fraile, a pie y con lágrimas en los ojos, porque quería permanecer humilde incluso con la dignidad episcopal.
Como arzobispo, reformó el clero con el ejemplo antes que con palabras. Ayunaba con rigor, dormía en una cama de sarmientos y repartía casi todas sus rentas a los pobres. Se lo conocía como “el arzobispo de los pobres”, porque diariamente quinientas personas recibían alimento en su palacio. Más de una vez Dios confirmó su caridad con milagros, como cuando devolvió la salud a un mendigo tullido diciéndole: “En el nombre de Jesucristo, deja esas muletas y vuelve a trabajar”.
Vivió en continua unión con Dios, recibiendo éxtasis en la oración y en la Misa. Sentía el peso de la responsabilidad episcopal y lloraba por temor de no salvarse. Pero Cristo mismo lo consoló, asegurándole que en la fiesta de la Natividad de la Virgen María sería llamado a su encuentro. Así fue: el 8 de septiembre de 1555 entregó su alma a Dios después de recibir los sacramentos, con las palabras del salmo: “Señor, en tus manos encomiendo mi espíritu”.
Su sepulcro pronto fue glorificado por milagros, y en 1658 fue canonizado por el Papa Alejandro VII. Hoy la Iglesia lo venera como un modelo de pastor santo, pobre y misericordioso.
Lecciones
1. La caridad comienza en casa y se expande al mundo: Desde su infancia, Tomás aprendió de sus padres que la fe verdadera se expresa en obras concretas de amor a los pobres.
2. El verdadero pastor guía con el ejemplo: No reformó al clero con discursos duros, sino con la pobreza de su vida, la penitencia y la humildad.
3. La pobreza es la fuerza de la Iglesia: Aun siendo arzobispo, nunca dejó el espíritu de fraile: ayunaba, se vestía con sencillez y repartía sus rentas a los necesitados.
4. El temor de Dios es camino de santidad: Aun lleno de virtudes, temía perder su salvación. Ese santo temor lo impulsaba a vigilarse a sí mismo y a servir con más amor.
“Santo Tomás de Villanueva nos enseña que solo quien da todo por Cristo y por los necesitados alcanza la verdadera riqueza: la santidad y el Cielo.”