
Historia
Cosme y Damián nacieron en Arabia a mediados del siglo III. Eran gemelos y crecieron en un hogar profundamente cristiano, guiados por una madre de gran virtud que los formó en el temor de Dios. Desde pequeños aprendieron que la verdadera riqueza no estaba en las cosas de este mundo, sino en ser hijos de Dios.
Estudiaron medicina en Siria, no para enriquecerse, sino con el deseo de servir a los pobres y anunciar a Cristo a través de la caridad. Por eso, ejercían la medicina gratuitamente, cumpliendo la palabra del Señor: “Gratis lo recibisteis, dadlo gratis” (Mt 10,8). Sus curaciones no solo devolvían la salud del cuerpo, sino que también movían corazones a la conversión.
El Señor les concedió el don de obrar milagros: curaban enfermedades incurables y expulsaban demonios en el nombre de Cristo. Muchos, al verlos, dejaban la idolatría y abrazaban la fe católica. Una noble matrona llamada Paladia fue sanada por ellos y, en gratitud, quiso darles dinero. Ellos siempre rehusaban, pues sabían que la medicina que ejercían era un apostolado, no un negocio.
Su fama llegó a oídos del prefecto Lisias, quien los acusó de perturbar el culto de los dioses. Arrestados junto con sus hermanos Antimo, Leoncio y Euprepio, confesaron con valentía: “Nuestra única fortuna es ser hijos de Dios y herederos de su Reino.” No hubo amenazas, halagos ni promesas capaces de hacerlos sacrificar a los ídolos.
Sufrieron crueles tormentos: flagelaciones, hogueras, intentos de ahogamiento, ser lanzados al potro y asaetados. Pero el Señor los libraba milagrosamente una y otra vez, manifestando su gloria: un ángel los sacó del mar, el fuego no los quemó, los azotes no los dañaban y hasta los verdugos se convertían al ver sus prodigios.
Finalmente, al no poder doblegar su fe, fueron condenados a morir decapitados el 27 de septiembre del año 297. Cantaban salmos de alegría camino al martirio, como si fueran a una fiesta, y entregaron sus vidas con paz en Cristo. Sus cuerpos fueron venerados en Roma, donde se levantó una basílica en su honor.
Lecciones
1. La fe se vive en lo concreto. Cosme y Damián entendieron que la medicina debía ser un medio para santificar y salvar almas. Así también, nuestras profesiones deben ser caminos de santidad.
2. La caridad es gratuita. No buscaban riquezas, porque sabían que el verdadero médico es Cristo. Hoy también debemos dar gratuitamente lo que Dios nos da: amor, perdón, oración, servicio.
3. El martirio es victoria. Ninguna tortura pudo arrancarles la fe, porque su corazón estaba puesto en el cielo. Ellos nos recuerdan que debemos estar dispuestos a sufrir antes que negar a Cristo.
4. Dios obra milagros en medio del dolor. Los ángeles y prodigios que acompañaron a Cosme y Damián nos muestran que el Señor nunca abandona a los suyos, sino que sostiene a quienes permanecen fieles.
“Santos Cosme y Damián: médicos de los cuerpos, guardianes de las almas, mártires de Cristo que nos enseñan que la verdadera salud es la santidad.”