
Historia
San Chárbel se llamaba Youssef (José) Antoun Makhlouf nació el 8 de mayo de 1828 en Beka’a Kafra, el pueblo más alto del Líbano, en una familia campesina pobre, pero profundamente piadosa. Desde pequeño quedó marcado por el ejemplo de su madre, quien le enseñó a rezar el Rosario diariamente. Huérfano de padre a los tres años, fue criado por un padrastro que luego se ordenó sacerdote maronita (en la iglesia maronita un hombre casado puede ser ordenado sacerdote, si su esposa lo acepta y lleva una vida matrimonial ejemplar. Pero un sacerdote no puede casarse después de ordenado). A San Charbel menudo se le encontraba en oración, solo, en una cueva, delante de una imagen de la Virgen María, en profunda contemplación mientras pastoreaba. Ya desde niño, Dios lo había apartado para Sí.
A los 23 años, sin avisar a nadie, Chárbel dejó su casa una noche para ingresar al monasterio de Nuestra Señora de Mayfouq. Su vocación había madurado en el silencio del alma. Tomó el hábito bajo el nombre de Chárbel —en honor a un mártir del siglo II— y, tras su formación, fue ordenado sacerdote en 1859. Quienes lo conocieron en el monasterio relatan que su presencia irradiaba recogimiento, castidad heroica, y amor eucarístico profundo.
Durante 19 años, el Padre Chárbel vivió y sirvió en el monasterio de Annaya, donde pasaba horas ante el Santísimo Sacramento. Inspirado por su maestro San Nimatullah Al-Hardini, vivía el sacerdocio como participación en el Calvario: obediencia total, castidad vigilante, pobreza auténtica. Se esforzaba por vivir como un alma consagrada exclusivamente a Dios, y huía incluso de la más mínima ocasión de pecado para custodiar su pureza.
En 1875 recibió el permiso para retirarse al eremitorio de San Pedro y San Pablo. Vivió allí 23 años como eremita, entregado a la oración, el ayuno y el trabajo manual. (Dormía en el suelo, con una manta austera y un tronco de madera como almohada).
La palabra “eremita” proviene del griego “eremos”, que significa desierto o lugar aislado. La vocación de un eremita se hizo más popular entre los primeros cristianos, quienes, inspirados por santos como Elías y Juan el Bautista, deseaban vivir una vida apartada y, por lo tanto, se retiraron al desierto para vivir en oración y penitencia.
La definición de eremita se encuentra en el canon 603 del Código de Derecho Canónico, la norma que rige a la Iglesia Católica (vida eremítica o anacorética). (Un anacoreta es un cristiano que, impulsado por el deseo de vencer a la carne, al mundo y al demonio, se retira del bullicio de la sociedad para vivir en soledad, penitencia y oración, buscando la unión más íntima con Dios, sin dejar de estar al servicio de la Iglesia y del prójimo cuando la caridad lo llama).
Se alimentaba con lo mínimo, rezaba casi toda la noche, y celebraba la Misa con una devoción tan intensa que los ángeles parecían asistirlo. En su soledad, Dios lo preparaba para tocar al mundo entero.
San Chárbel brilló especialmente por su obediencia heroica y su vigilancia espiritual. Evitaba cualquier ocasión de tentación. En una ocasión, fue encontrado gritando “¡Auxilio!” durante la oración: no era una crisis, sino un combate espiritual contra la tentación de la carne, que enfrentaba con humildad y clamor. Su vigilancia fue tan grande que, cuando una joven del pueblo intentó seducirlo, cambió de monasterio sin decir palabra, solo para conservar su vocación.
El 24 de diciembre de 1898, mientras celebraba la Santa Misa, sufrió una parálisis. Murió en paz esa misma noche. A los pocos días, su tumba comenzó a brillar. Su cuerpo fue hallado incorrupto, sudando y exudando un líquido rojo parecido a sangre durante décadas. Los fieles acudían en masa, y los milagros se multiplicaban sin cesar. Enfermos incurables sanaban, incrédulos se convertían, y hasta musulmanes gritaban: “¡Quiero ser cristiano!”.
Canonizado en 1977 por Pablo VI, San Chárbel es hoy uno de los santos más invocados del mundo. En Bogotá, por ejemplo, un testigo afirma que el santo se apareció buscando su propia medalla en un puesto de artículos religiosos. Hoy, sigue actuando. Muchos testimonian conversiones, curaciones, y favores extraordinarios. Su vida fue escondida, pero su fruto es la santidad universal que nace del silencio, la penitencia y el amor a Cristo crucificado.
Lecciones
1. La vocación se cultiva en el silencio:
Desde niño, San Chárbel buscaba soledad para orar y contemplar a la Virgen María. La vocación madura en el recogimiento interior, lejos del ruido del mundo. Dios no grita: susurra en la cueva del alma.
2. El sacerdote es un Cristo crucificado:
Chárbel vivió el sacerdocio como un continuo Calvario: obediente, puro, pobre y eucarístico. Su vida demuestra que el sacerdote no es un gestor, sino una víctima unida a la Misa.
3. Vigilancia espiritual: castidad heroica y combate diario:
Huyó del pecado como José en Egipto. Cuando la tentación lo acosó, clamó a Dios y cambió de monasterio sin dudar, para proteger su alma. Enseña que la santidad exige humildad, prudencia y firmeza.
4. El desierto fecundo da fruto eterno:
Desde su ermita, San Chárbel tocó más almas que muchos predicadores. Su ejemplo muestra que la santidad escondida tiene poder misionero, cuando se vive en unión con Cristo crucificado..
“San Chárbel nos enseña que la vocación nace en el silencio, se purifica en la cruz y da fruto eterno cuando el alma se une a Cristo en la soledad.”