
Historia
San Eparquio, también conocido como San Cibardo o Cybard, fue un presbítero y ermitaño que vivió en el siglo VI en Angulema, en la antigua Aquitania (actual Francia). Según la tradición, nació en torno al año 504, quizás hijo de un noble del Périgord, pero dejó su familia y título para consagrarse a Dios en un monasterio bajo el abad Martín.
- Cenobio significa monasterio donde los monjes viven en comunidad, compartiendo oración y trabajo. Eparquio sirvió primero en ese ambiente, pero para evitar la vanagloria —el orgullo espiritual por fama— se retiró a una vida de soledad cercana a Angulema.
- El eremita es quien vive aislado para dedicarse solo a la oración. San Eparquio pasó 39 años de esta manera, enseñando a sus pocos discípulos que “la fe no teme el hambre” —frase que subraya la confianza en que Dios provee incluso en la escasez.
La palabra “eremita” proviene del griego “eremos”, que significa desierto o lugar aislado. La vocación de un eremita se hizo más popular entre los primeros cristianos, quienes, inspirados por santos como Elías y Juan el Bautista, deseaban vivir una vida apartada y, por lo tanto, se retiraron al desierto para vivir en oración y penitencia.
La definición de eremita se encuentra en el canon 603 del Código de Derecho Canónico, la norma que rige a la Iglesia Católica (vida eremítica o anacorética). (Un anacoreta es un cristiano que, impulsado por el deseo de vencer a la carne, al mundo y al demonio, se retira del bullicio de la sociedad para vivir en soledad, penitencia y oración, buscando la unión más íntima con Dios, sin dejar de estar al servicio de la Iglesia y del prójimo cuando la caridad lo llama).
A pesar de su humildad, su santidad y milagros llamaron la atención del obispo local, quien le confirió el sacerdocio (lo ordenó sacerdote), obligándolo a asumir responsabilidades espirituales aunque ella viviera en el desierto.
Tuvo discípulos a quienes guiaba, prohibiéndoles el trabajo manual para que se dedicaran enteramente a la oración. Cuando alguno se quejaba por falta de alimento, les recordaba: “la fe no tiene miedo al hambre”, y confiaba en que los fieles proveerían lo necesario tras ver sus milagros.
Entre los milagros atribuidos a San Eparquio está la salvación de un condenado a muerte por horca, rescatado cuando ya había sido colgado. También se le asocia con la fundación del monasterio de Saint-Cybard de Angoulême, que surgió alrededor de su célula eremítica tras su muerte.
Murió en el 581, después de su prolongado retiro. Su tumba se convirtió en lugar de peregrinación y su culto fue difundido por San Gregorio de Tours
Lecciones
1. Renunciar al reconocimiento por amor a Dios:
Como él, podemos apartarnos de la fama para vivir en humildad y autenticidad.
2. Confiar en la providencia divina:
En tiempos difíciles, su frase “la fe no teme el hambre” nos llama a confiar sin cesar.
3. La oración continua es una escuela de santidad:
San Eparquio dedicó décadas a la oración; nos anima a ser perseverantes.
“San Eparquio, sabio del silencio, ayúdanos a vivir la fe sin temor, confiando en la Providencia como tú nos enseñaste: la fe no teme el hambre.”