
Historia
Santa Elena, llamada Flavia Julia Helena, nació hacia el año 248 en Drépana, Bitinia, de familia humilde y pagana. La tradición cuenta que fue moza de posada, oficio sencillo que no presagiaba la gloria que la esperaba. Su vida es la prueba de que Dios exalta a los humildes y llama a todos a la santidad, sin distinción de origen.
A los 25 años, un tribuno militar llamado Constancio Cloro se enamoró de ella. Por su condición social y leyes romanas, su unión no fue reconocida como matrimonio legítimo, pero de esta relación nació Constantino, quien más tarde sería emperador y protector del cristianismo. Cuando Constancio ascendió a César en 293, repudió a Elena para casarse con Teodora por conveniencia política. La separación duró trece años: fue su escuela de sufrimiento y abandono en manos de Dios.
En el año 306, muerto Constancio, Constantino fue proclamado Augusto. Al tomar el poder, buscó a su madre y la colmó de honores, dándole el título de Augusta. Este reencuentro fue para Elena una señal de la Providencia. Convertida al cristianismo en su vejez (más de 60 años), vivió con celo ardiente y profunda caridad, como si toda su vida hubiera sido una preparación para la fe.
Elena influyó para que Constantino favoreciera a la Iglesia, devolviendo bienes confiscados y suavizando leyes crueles. Con los tesoros imperiales socorrió a pobres, encarcelados y condenados a las minas, mostrando que la grandeza verdadera está en servir y no en ser servido.
A los 80 años emprendió peregrinación a Tierra Santa. Allí, inspirada por Dios, buscó los lugares de la Pasión y Resurrección de Cristo. Mandó demoler templos paganos levantados por Adriano en el Calvario y el Santo Sepulcro. En el año 326 descubrió la Cruz del Señor entre las cruces de los ladrones, reconocida por un milagro. Halló también los clavos de la crucifixión, de los que uno fue engastado en el casco de Constantino como signo de protección.
Con los recursos imperiales, Elena mandó construir las basílicas de Belén, en la gruta de la Natividad, y del Monte de los Olivos, donde Jesús ascendió al cielo. También levantó la basílica de la Resurrección sobre el Santo Sepulcro. No solo halló la Cruz, sino que preparó el mundo para venerar los lugares santos.
Su vida estuvo marcada por la humildad. Visitaba monasterios vestida pobremente, sirviendo a las vírgenes consagradas como sierva de Cristo, a pesar de ser emperatriz. Antes de morir (328 o 329), aconsejó a Constantino gobernar con justicia y equidad, y dejó su herencia repartida entre hijos y nietos, mostrando que el poder es servicio y no privilegio.
Tras su muerte, sus reliquias fueron veneradas en Roma y luego en Reims y otras ciudades de Europa. La Iglesia la celebra el 18 de agosto como patrona de la arqueología, de la conversión y de quienes buscan objetos perdidos, pues ella misma halló la Cruz, “el tesoro perdido” de la humanidad. Su memoria vive en la Iglesia como modelo de emperatriz cristiana y madre santa, que hizo de la cumbre del poder imperial un peldaño para subir a la santidad.
Lecciones
1. Dios exalta a los humildes:
De moza de posada a emperatriz Augusta, Santa Elena muestra que la santidad no depende del origen, sino de la fidelidad a Cristo.
2. El poder es para servir:
Usó la riqueza imperial para socorrer a pobres y fortalecer la Iglesia, no para engrandecerse.
3. La maternidad cristiana transforma la historia:
Con su ejemplo de cristiana y consejo, formó al emperador que favoreció a la Iglesia.
“Santa Elena halló la Cruz del Señor y nos enseña que la gloria está en servir a Cristo y a los pobres con amor ardiente.”